martes, 27 de enero de 2015

La respuesta del oráculo griego está en el viento






Ayer por la mañana, lunes de resaca electoral siguiente a las elecciones griegas, aterido de frío, entré en la cafetería donde acudo cada día, y a punto estuve de pedir un bocadillo y un vaso de vino griego para celebrar no sabía muy bien qué, cuando decidí no abandonar mis viejas costumbres y puse a remojar mis barbas en un desayuno tradicional (café con leche y tostadas) al tiempo que iniciaba una personal jornada de reflexión, cábalas y cavilaciones al recordar que Syriza no es un recién llegado sin experiencia (nació en 2004) sino el fruto de una coalición de trece partidos de izquierdas que en los comicios de 2012 absorbió, entre otros, a varios sectores del Pasok (el equivalente al PSOE español) en una Coalición de Izquierda Radical (significado de las siglas de Syriza) que hizo descender a los socialistas de 160 a sólo 41 escaños que, desde ayer, ahora, apenas supera la docena.

Tomé un sorbo de café con leche y me pregunté qué habría sucedido en nuestro país si, en su momento, el PSOE e Izquierda Unida hubieran hecho bien sus deberes (sobre todo el deber de los socialistas de ser fieles a su ideología por encima de su interesada adhesión al bipartidismo)  uniéndose en una coalición que hubiera hecho frente al austericidio que sufrimos, sin dar pie a que unos recién llegados (sin mas experiencia que la teórica y sin mas programa que el que tomaron prestado de IU y aderezaron con unas gotas de utopía) hayan hecho suyo el hartazgo social que promovió las movilizaciones del 15-M.

Como en mi último artículo ya expliqué –lo mejor que supe– las razones por las que considero que Syriza se parece más a Izquierda Unida que a Podemos, no haré perder el tiempo al lector con nuevos argumentos ni enfatizaré en el carácter premonitorio del oráculo griego nacido ayer, admonición preclara de lo que pueda suceder en España de cara a las elecciones municipales y autonómicas de 2015 y las generales de 2016.

La metáfora del oráculo está servida, y también las inevitables generalizaciones hechas por analistas más o menos lúcidos, generadores gratuitos de opinión, tertulianos retribuidos, políticos  al dictado de consignas ideologizadas, interesadas e impuestas y un pueblo llano que ha recibido con ilusión las promesas de un cambio que, no nos engañemos, no surgirá de la noche a la mañana sino sólo con el esfuerzo de un trabajo bien hecho, en la dirección adecuada, eliminando del camino a los parásitos que hasta ahora han vivido de los débiles anulando, cosificando y destruyendo a la ciudadanía.

Démonos pues tiempo y tomemos a Grecia como ejemplo y referencia que marque las las cadencias, pero sin dormirnos en la confianza de que un partido liderado por un mesías pueda hacer el trabajo, que nos corresponde a nosotros, de conseguir una sociedad más equitativa, justa y mejor. 

Hay que mantenerse atentos y vigilante y ser conscientes de que nadie está en posesión de la verdad absoluta, así como también que Mariano Rajoy no tiene en exclusiva la potestad de engañar al electorado con falsas promesas.

Aunque los países y la situación socioeconómica sean distintas, observemos    a partir de ahora lo que ocurra en Grecia y extrapolémoslo, en la medida de lo posible, a nuestra realidad. Y, sobre todo, que la sensatez nos asista si los derroteros de la Grecia liderada por Alexis Tsipras fracasan al emprender actuaciones que aplicadas a nuestro país fueran perjudiciales para conseguir el estado de bienestar que todos –y para todos– deseamos. 

Porque, no lo olvidemos, la respuesta que nos ofrezca el oráculo griego a nuestras preguntas de cara al futuro está en el viento, pero tardará su tiempo en manifestársenos y requerirá de nuestro esfuerzo para que lo asimilemos y extrapolemos en nuestro beneficio.

Que nadie nos vuelva a engañar, al menos no tanto como hasta ahora.



Citaré a Bob Dylan como colofón

¿Cuantos años debe existir una montaña
antes de ser erosionada por el mar?
¿Cuantos años pueden algunos existir,
antes de que se les permita ser libres?

¿Cuantas veces puede un hombre girar la cabeza
fingiendo no haber visto nada?
¿Cuantas veces debe un hombre mirar hacia arriba
antes de que realmente pueda ver el cielo?

¿Cuantos oídos debe tener un hombre,
antes de poder escuchar a la gente llorar?
¿Cuantas muertes deberán suceder
hasta que sepa cuantos muertos ha habido?

La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento.
La respuesta está flotando en el viento.




Alberto Soler Montagud
Médico y escritor





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