miércoles, 27 de agosto de 2014

Psicopatología de un alcalde montado en un ascensor




Nada mas regresar de un viaje estival en el que me abstuve de leer prensa y escuchar informativos en general (lo suelo hacer de vez en cuando para limpiar mi mente de actualidad sociopolítica), me encontré con que el alcalde popular de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, machista recalcitrante y reincidente donde los haya, había declarado en una entrevista radiofónica sentir “cierto reparo” a subir en los ascensores, “depende con quién” y debido a que “entras en un ascensor, hay una chica con ganas de buscarte las vueltas, se mete dentro contigo, se arranca el sujetador y sale dando gritos diciendo que la han intentado agredir”. Ante tal sarta de desatinos, vino a mi mente el recuerdo de un zafio comentario del personaje en cuestión dirigido a la entonces ministra de Sanidad Leire Pajín ("… cada vez que la veo la cara y esos morritos pienso lo mismo, pero no lo voy a contar aquí") y sentí de inmediato la necesidad de plasmar mi opinión en un breve artículo.
Debido al inevitable sesgo que como médico asumo, así como mi propensión al diagnóstico psiquiátrico automático, me planteé si tal vez el señor De la Riva sufría en silencio (como sucede con las hemorroides) una virginitofobia (o miedo a la violación), una ginefobia (o miedo a las mujeres) y quien sabe si tal vez una venustrafonia (o miedo a las mujeres hermosas), fobias todas ellas asociadas –en su particular caso– a una claustrofobia, concepto de dominio público que alude al miedo a ciertos lugares cerrados como, por ejemplo, los ascensores. 
Por supuesto, no descarté que la escena del relatada por el político vallisoletano (él sólo en la cabina de un ascensor en compañía de una fogosa mujer) respondiera a una fantasía sexual que su subconsciente le impulsó a verbalizar en un momento de locuaz euforia.

Es un hecho que el impresentable De la Riva, alcalde casi perpetuo de Valladolid, se ha labrado una fama de político machista por sus frecuentes salidas de tono dirigidas, sobre todo, contra féminas del PSOE. Y no deja de ser curioso que muy pocas veces desde la cúpula del PP, partido del que es miembro destacado, se le haya recriminado por ello. 
Hagamos memoria.

Durante un mitin, en 2007, De la Riva  dijo de la entonces candidata socialista a la alcaldía de Valladolid, Soraya Rodríguez, que "cualquier día dicen que he violado a la candidata, pero la verdad es que habría que...." puntos suspensivos con los que el nefasto personaje cuestionaba el dudoso atractivo de la dama. Independientemente de las carcajadas que su grosero comentario provocaron en la audiencia, llama psicopatológicamente la atención la gran fijación que por el sexo y la violación tiene este alcalde popular.

También a Carme Chacón le dedicó De la Riva un desafortunado exabrupto al definirla como una "señorita pepis vestida de soldado" coincidiendo con su designación como ministra de Defensa, detalle que añade un nuevo elemento –esta vez una filia en lugar de una fobia– de connotaciones sexuales como es la agalmatofilia (o fijación sexual por las muñecas), quedando incluso patente el hipotético atractivo fetichista que para el alcalde vallisoletano pudiera tener una mujer vestida de militar.

De todo lo expuesto podríamos extraer varias y lamentables conclusiones, pero me quedaré sólo con una, concretamente el impresentable talante intelectual y ético de cierta casta política que sigue aferrada a los principios que rigieron durante cuatro décadas de infausto recuerdo en nuestro país: cuarenta años de privación de libertades a la ciudadanía y de talante chulesco por parte de quienes –usté no sabe con quien está hablando– eran designados para preservar una moral nacional-católica que sistemáticamente vulneraban; una casta definitoria de quienes, entre otras aberraciones, discriminan y minusvaloran a las mujeres por considerarlas inferiores a los hombres; una casta que, en suma, no es mas que la caspa que adorna la piel de cordero con la que se disfrazan para parecer demócratas cuando no son mas que unos toscos impresentables y autoritarios.



Alberto Soler Montagud

Médico y escritor



viernes, 15 de agosto de 2014

¿Por qué se suicidan los artistas?




Una vez más, la muerte de Robin Williams ha convertido en noticia el alto porcentaje de músicos, escritores, poetas, actores y artistas en general que mantienen una difícil relación tanto con la depresión como con las adicciones a sustancias. Según la Organización Mundial de la Salud, 350 millones de personas en todo el mundo sufren actualmente una depresión, enfermedad que en sus manifestaciones clínicas más severas puede llevar al suicidio a quien la padece; se estima un millón las muertes al año por esta causa.
El cuerpo sin vida del actor Robin Williams, de 63 años, fue encontrado en su casa de San Francisco con claros signos de ahorcamiento. La última vez que se le vio con vida fue el pasado domingo 10 de agosto a las diez de la noche. Su esposa, Susan Schneider, ante ciertos informes de prensa que especulaban con que Williams había recaído en el consumo de alcohol, lo desmintió rotundamente afirmando que su marido estaba sobrio desde hacía mucho tiempo y luchaba contra la depresión crónica que sufría desde años atrás. Se ha sabido también que recientemente se le había diagnosticado un principio de la enfermedad de Párkinson. Williams había superado satisfactoriamente en el pasado una rehabilitación por adicción a las drogas y alcohol.
Son innumerable los casos de personas con inmensa fama y fortuna que caen en depresiones y se acaban suicidando. Estadísticamente es un hecho comprobado que la depresión, el consumo abusivo de drogas y los suicidios están relacionados entre si y se dan en muchos personajes famosos que aparentemente lo tienen todo para ser felices pero deciden abandonar el mundo de un modo tan absurdo como inesperado.
¿Por qué se suicidan los artistas?
Es una constante la pregunta de qué pasa por las mentes de estas celebridades cuando deciden acabar con sus vidas y dejan de lado una trayectoria labrada durante años para sorpresa de sus admiradores.
Llama la atención que muchas veces, el suicidio no lo decidan precisamente en un momento de declive sino en plena cima del éxito. ¿Por qué entonces quitarse la vida cuando se tiene todo?
Por lo general, muchos de estos individuos, antes de tomar tan contundente decisión, han confesado a ciertas personas de su entorno sentir un gran vacío en sus vidas y no encontrar el aliciente de un propósito real que les haga contemplar el futuro con esperanza. Estos sentimientos, con frecuencia, van asociados a estados depresivos –y en muchas ocasiones a trastornos bipolares– que suelen pasar desapercibidos, en parte por la facilidad de estos individuos para interpretar a un personaje de ficción de cara a la galería mientras en la soledad de su mundo interior se encuentran sumidos en un profundo y oscuro pozo del que, con frecuencia, intentan salir con la ayuda de drogas y alcohol. Suele tratarse de poetas, escritores, músicos o actores tras cuyo éxito se oculta una personalidad ansiosa y deprimida que se siente presionada por el narcisismo inherente a la fama que deben mantener a cualquier precio.
¿Son diferentes los artistas al resto de la gente?
Consideremos que, por lo general, los artistas están dotados de una sensibilidad que les predispone a percibir las emociones de un modo distinto a los demás.

El talento artístico y la salud mental están íntimamente relacionados. 

La posible relación entre la genialidad y la locura es una cuestión que ha sido objeto de estudio y controversia por parte de filósofos, médicos, sociólogos y antropólogos desde la más remota antigüedad y aun hasta nuestros días. ¿Es la locura una condición necesaria para la genialidad? ¿Están los genios mas cerca de la enfermedad mental que el resto de la población considerada mentalmente como sana? ¿Están los enfermos mentales mas predispuestos a desarrollar ideas geniales?

Séneca hizo popular una vieja idea aristotélica que plasmó en su enunciado: “Nullum magnum ingenium sine mixtura dementiae”, una frase que podríamos traducir por: “no hay una gran fuerza imaginativa sin una mezcla, sin una pizca, de locura”.

No es suficiente la fama ni el dinero para sentir un pleno bienestar, un equilibrio mental y ni siquiera un estado físico saludable. Por mucho que ciertas celebridades posean fama y poder a raudales, ambos valores son fugaces y efímeros, y si no son capaces de poner ciertos límites para separar la realidad de la ficción y diferenciar el verdadero yo de aquél que perciben quienes les admiran, pueden sufrir una grave crisis de identidad y llegar a la conclusión que los demás aman el rol por ellos creado pero no al ser humano que en realidad son.
Es por ello que muchos artistas viven en soledad y sin la certeza de si las personas que les rodean les son fieles por su fama o por quienes ellos mismos son. En estas situaciones hay gran peligro de sufrir procesos depresivos así como consumir drogas conforme el sentimiento de tener una vida privada se desvanece y el esfuerzo por simular lo que no sienten ni son, es cada vez mayor hasta hacerse insoportable.

Aunque a menudo se dé por supuesto que la depresión es una enfermedad que aparece con más frecuencia en quienes tienen una vida difícil o sufren privaciones que no consiguen subsanar, no es necesario que esto sea así, pues con frecuencia, el síndrome depresivo se manifiesta en quienes aparentemente lo tiene todo; sobre todo si hay un trastorno de personalidad asociado que emerge cuando se abona el terreno que  les predispone a que éste se manifieste.

Alberto Soler Montagud
Médico y escritor

miércoles, 6 de agosto de 2014

Perfil psicopatológico del corrupto






El perfil psicológico de un individuo son los rasgos que configuran su personalidad y que los identifican en base a ciertos comportamientos que pueden ser predictivos tanto de su aptitud laboral como de su peligrosidad social.
Para describir el perfil de un corrupto, habría que definir primero la corrupción –más concretamente la política–  como un mal uso del poder público en un ilegítimo beneficio personal, práctica que se ejerce en nuestro país con frecuencia y descaro –y hasta cierta impunidad– desde cargos irrelevantes hasta las más altas esferas, circunstancia que ha convertido a la clase política en uno de los principales problemas reconocidos por la ciudadanía y que focaliza la atención de los medios de comunicación en los corruptos de alto nivel, unos individuos que pese a su reconocimiento profesional y poder adquisitivo, sucumben a ansias desmesuradas de poder sin importarles a quienes puedan hundir en su ascenso.
Hay ciertas personas más predispuestas que otras a la corrupción en base a sus rasgos de personalidad. No hace mucho escribía sobre lo frecuente que es encontrar personalidades psicopáticas y narcisistas en el mundo la política, la banca y el mundo empresarial, así como también un artículo donde planteaba si los corruptos son unos psicópatas.


¿Cómo es un corrupto? ¿Qué ocurre en su mente?

A un individuo mentalmente equilibrado le resulta difícil entender que alguien que lo posee todo, delinca para obtener más y más en base a unos impulsos perversos y opuestos a la ética a los que voluntariamente claudican.

Desde una perspectiva psicopatológica, los corruptos son individuos que sistemáticamente ignoran al ‘otro’ y  prescinden de los valores éticos, morales y cívicos que garantizan la equidad en la convivencia. Su modus operandi responde sólo a pulsiones encaminadas a satisfacer su ego y sólo frenan esos impulsos (respetando por tanto las normas) como estrategia evitativa de sanciones o represalias.

Otra singularidad del corrupto es su irresponsable sensación de invulnerabilidad, una representación mental que les hace creer que sus fechorías pasarán desapercibidas y que nunca serán juzgadas ni condenadas. Se creen pues inmunes, invencibles y descartan las consecuencias negativas de sus actuaciones, motivo que les hace ser temerarios y jactarse chulescamente de sus actividades así como aferrarse a sus cargos públicos –aunque estén imputados– por su patológica negativa a reconocer sus delitos por muy evidentes que sean las pruebas que los inculpan.

Psicopatológicamente, podemos englobar a los corruptos en dos grandes grupos: el corrupto narcisita (están convencidos de que son superiores, necesitan ser admirados y carecen de empatía para conectar emocionalmente con los demás), y el corrupto antisocial (sienten necesidad de mostrar superioridad, son manipuladores, violan sistemáticamente los derechos del otro y son propensos a actos delictivos).


¿Es el corrupto es un psicópata?

Considerando que los psicópatas son unos individuos depravados moralmente con un deficiente control de sus emociones e impulsos, una nula adaptación a las normas éticas y sociales, gran tendencia a la violencia planificada, dotados de inteligencia y habilidad para mentir y convencer  así como carentes de emociones y de ansiedad y por tanto de temor (podríamos comparar a los psicópatas con un hermoso coche deportivo de alta velocidad y frenos defectuosos), no es descabellado aventurar que algunos de los corruptos que proliferan en la política compartan bastantes de los rasgos que acabamos de describir.

Afectivamente anestesiados, los corruptos exhiben una frialdad emocional que asocian a una gran inteligencia con la que simulan una integridad y una ética que para nada poseen, pues sólo piensan en alcanzar sus objetivos del modo que sea, a costa de cualquier perversidad y sin importarles a quien pisotean en su ascenso social y económico.

Hace pocos días se ha vuelto a emitir una entrevista televisiva realizada en 2012 a un anciano y respetado político autonómico en la que daba lecciones de ética y honestidad ante un embelesado periodista que, dos años después, ha reconocido haber sido engañado al creer a pies juntillas a un hombre de quien ahora se sabe es un defraudador y un presunto corrupto y capo de una familia de delincuentes.



Alberto Soler Montagud
Médico y escritor




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