sábado, 5 de enero de 2013

CONCIERTO DE AÑO NUEVO 2013: MÁS DE LO MISMO






El pasado uno de enero, mientras disfrutaba de una bella nevada y del inmenso paisaje que percibía a través de un amplio ventanal orientado al lado sur de la cordillera pirenaica, había otra ventana (esta de cincuenta pulgadas y en alta definición) que retransmitía el tradicional concierto de Año Nuevo que, en esta ocasión, se le había encomendado a la batuta de Franz Welser-Möst, un director que, por motivos onomásticos como luego veremos, quiso que sonaran algunos pasajes musicales de Richard Wagner y de Giuseppe Verdi junto a los alegres valses de la familia Strauss.

El maestro austríaco, actual director general de la Ópera de Viena y también director de la Orquesta de Cleveland, dirigía por segunda este tradicional concierto y lo hacía con solo dos años de diferencia tras su debut en el certamen de 2011.

A pesar de mi predisposición nada entusiasta, debo reconocer que le presté al concierto bastante más atención de la que a priori presumía, y no por una animadversión hacia el mismo sino por haber perdido casi todo mi interés por un evento musical que concibo más como acto social (por cuyas entradas se llegan a pagar cifras astronómicas por parte de excéntricos japoneses y de millonarios de cualquier parte del orbe) y en el que los espectadores aguardan con ansiedad infantil tanto tradicional broma prefabricada del director de turno y la dirección de palmas mientras suena la Marcha Radetzky.

Nada más lejos de mi intención que hacer una crítica o un análisis musical de lo que el uno de enero sonó en la Sala de la Musikverein de Viena (entre otras cosas porque no sé hacer critica musical y porque no es este mi objetivo el escribir esta crónica), pero sí que quisiera destacar la ‘habilidad’ de los maestros de la Filarmónica de Viena al saber arreglárselas ‘solitos’ con los pentagramas straussianos sin que el director se ‘entrometiera’ en su concienzudo trabajo. Concretamente, fue durante la interpretación de 'El Carnaval de Venecia' que la orquesta sonó muy, pero que muy bien, sin necesidad de que Welser-Möst la dirigiera mientras agasajaba a los instrumentistas y ejercía de maestro de ceremonias repartiendo juguetes entre los músicos y ‘autocoronándose’ con un gorro de cocinero con el que, grotescamente tocado, acabó ‘dirigiendo’ a la orquesta con la ayuda de un cucharón de palo a modo de batuta; un gesto simpático que hizo las delicias de los incondicionales de este 'divertido' concierto a juzgar por los gestos de satisfacción de unos ‘melómanos’ con rasgos orientales a los que la realizadora de la retransmisión televisiva dedicó varios planos.


Llamó también mi atención que, por la coincidencia de 2013 con el bicentenario del nacimiento de Wagner y de Verdi, se homenajeara a estos dos músicos interpretándose en el concierto –forzadamente y casi con calzador– unos fragmentos operísticos de ambos compositores. Y no es que me pareciera mal este gesto, mas bien al contrario siendo que cualquier innovación es siempre bienvenida a un acto tan rancio como este, pero recordé de pronto que los conciertos penúltimo y antepenúltimo de Año Nuevo coincidieron con el primer centenario del fallecimiento y el 150 aniversario del nacimiento de quien fuera director de la Ópera de Viena entre 1897 a 1907: Gustav Mahler, sin que a nadie se le ocurriera hacer un homenaje ni incluir, por ejemplo, el vals del scherzo de su Sinfonía Titán, un pasaje que no habría desentonado con la línea straussiana de estos tradicionales conciertos y cuya escucha nos transporta a los bulliciosos salones de baile de la Viena de finales del siglo XIX.


En resumidas cuentas, podríamos concluir que el de 2013 ha sido un concierto más, un concierto que nada nuevo o de interés ha aportado al panorama de la llamada música clásica o música culta como a los mas clasistas les gusta llamarla. Al menos nada que no se hubiera escuchado, de modo idéntico o similar, en ocasiones anteriores.


Y bien que me duele la apatía que siento y que ahora exteriorizo al rememorar una celebración que, cuando era niño, me entusiasmaba por ser el referente de unas frías y esperadas mañanas de cada uno de enero, unas mañanas de resaca de turrón, de campanadas y también de uvas. Unas mañanas ambientadas por un concierto de valses y luego aderezadas con unos saltos de esquí vistos en el UHF incluso durante la comida familiar, todo ello en blanco y negro aunque también con el inmenso color de quien no había perdido aun su inocencia, al menos no toda. 

Pero muchas veces sucede que, conforme avanzamos en el tiempo,  nuestros criterios se modifican y nos permiten cuestionar viejas tradiciones así como ofrecer nuestra opinión sincera ante eventos que un día nos agradaron y que, por su inamovible y reiterada monotonía se acaban convirtiendo en un rutina prescindible.

Espero con curiosidad el Concierto del uno de enero de 2014 para cuya dirección ha sido invitado un músico, humanista, pianista y director de orquesta a quien admiro profundamente: Daniel Barenboim. Algo me dice que el concierto de 2014 deleitará mis sentidos y colmará mis expectativas de un modo distinto al de este año. Un año que deseo sea muy feliz y esperanzador para quienes hayan tenido la paciencia de llegar hasta este último renglón de esta humilde y sincera crónica, y también para el resto de la humanidad.


Alberto Soler Montagud






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