domingo, 22 de abril de 2012

BOTSUANA BIEN VALE UNA MISA





Recientemente, la monarquía española ha atravesado por un cúmulo de vicisitudes que no responden a una maldición o un azaroso infortunio sino a ciertas acciones y omisiones por parte de algunos de sus miembros que ponen en tela de juicio la pretérita institución de la Corona, siembran dudas sobre la conveniencia de que Juan Carlos I siga en su puesto y hasta cuestionan el acceso al trono de Felipe de Borbón sin un referéndum previo.

Como auténticos millonarios
Los miembros de esta real familia se prodigan como unos millonarios que, incoherentemente, juegan a ser "gente normal" cuando tendrían que ser mas cautos con la ostentación. Tener sangre azul en las venas y simular que se lleva una “vida normal” (trabajar en un banco, llevar a los niños al “cole”) son circunstancias incompatibles en una estirpe ajena al resto de unos mortales (súbditos forzosos, deseen o no la monarquía) que nunca tendrán sus prebendas ni transmitirán de padres a hijos tanto poder como ellos hacen en base a unas prerrogativas arcaicas y nada democráticas como las que contempla la ley de “sucesión” al trono.

El comportamiento poco ejemplar del Rey
Viene esto a colación del alboroto surgido tras conocerse el accidente y la consiguiente fractura de cadera sufrida por el Rey mientras disfrutaba de un safari de lujo en la República sudafricana de Botsuana, un esparcimiento improcedente mientras a los españoles se les exigen unos esfuerzos que se oponen al lujo y la ostentación que han puesto en evidencia al monarca. Es casi unánime la opinión de que Juan Carlos I ha contravenido la ética que predicó en su discurso de Nochebuena al proclamar que «… todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, ejemplar».

Revalidar cada día el derecho a reinar
Muy lejos queda la noche del 23-F de 1981 que aun hoy los monárquicos y los juancarlistas esgrimen como aval para ensalzar al monarca y justificar su permanencia en la Jefatura del Estado. Pero, habida cuenta de que el Rey fue impuesto a los españoles por voluntad de Francisco Franco después de saltarse la línea sucesoria al ser vetado su padre, don Juan de Borbón, también son muchos quienes exigen una reválida diaria al anciano soberano, un cumplimiento ético de sus funciones y una imagen personal y familiar sobria y acorde con sus responsabilidades y con la igualdad que debería prevalecer entre todos los ciudadanos sean reyes o súbditos.

El Rey pide perdón
Han sido tantas la críticas vertidas contra don Juan Carlos (excepto el mutismo y las justificaciones cortesanas de muchos políticos del PP y del PSOE salvo contadas excepciones comola de Tomás Gómez) que el Rey no ha tenido mas remedio que dar la cara y pedir perdón con un gesto circunspecto, compungido y un rictus facial que recordaban la expresión de un niño a quien sus mayores le obligan a enmendar una mala acción o resarcirse en público de un error cometido. Las palabras del monarca fueron tan elocuentes como su lenguaje gestual cuando, forzadamente y con ganas de acabar cuanto antes, dijo: «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir».

¿Es suficiente con pedir perdón?
Muchos se preguntarán si al pedir perdón el Rey ha quedado libre de las consecuencias de su negligente proceder, y esto me recuerda la escena de una película en la que el director general de una importante multinacional comete una indiscreción en su vida privada que pone en entredicho la imagen de la corporación a la que pertenece. Cuando el director es convocado para rendir cuentas no tiene mas remedio que reconocer su culpa e intenta enmendar su error pidiendo perdón. El Presidente del Consejo de Administración de la compañía acepta sus disculpas y elogia su valentía al reconocer su falta, pero le notifican el cese en su cargo y su despido de la empresa. Es una metáfora que deberían tener en cuenta quienes se creen investidos de cierta impunidad para actuar a su antojo y sobre todo quienes exhortan a los demás a «observar un comportamiento adecuado, ejemplar» que ellos no cumplen.
Porque, tal vez no baste con el perdón si se piensa en cuántas negligencias como ésta se habrán producido con anterioridad sin ser descubiertas y cuantas se habrá tragado la ciudadanía sin saberlo y hasta corriendo con los gastos.

Colofón
Queda la duda de si el contrito rostro de don Juan Carlos al pedir perdón era debido a un sincero arrepentimiento o bien a la inquina de ser sido pillado in fraganti y verse obligado a rendir cuentas.
Solo el Rey sabrá si al pedir perdón actuó con franqueza o lo hizo forzado por las circunstancias y porque poder disfrutar de un safari en compañía de una princesa, y a ser posible en Botsuana, “bien vale una misa”, o mejor, "unas buenas disculpas aunque sean forzadas".

Alberto Soler Montagud

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