domingo, 15 de mayo de 2011

EN EL CENTENARIO DE LA MUERTE DE GUSTAV MAHLER


El miércoles 18 de mayo de 2011 se cumple el primer centenario de la muerte de
Gustav Mahler.

(1860-1911)


Un compositor de verano

El compositor y director austríaco Gustav Mahler nació el 7 de julio de 1860 en Kaliste, una población de Bohemia integrada a la actual República Checa, y murió en Viena el 18 de mayo de 1911. En su actividad como músico, Mahler alternó la dirección de orquesta con la composición, una tarea a la que solo pudo dedicarse durante los meses estivales (Mahler se autodefinía como un compositor de verano) cuando, al no haber ópera ni conciertos, podía volcarse de pleno en la composición de sus monumentales obras.


Mahler: un músico para el futuro.

Totalmente anacrónico y adelantado a su época, en la obra de Mahler se presagian y anuncian casi todas las contradicciones que mas tarde definirían el desarrollo del arte musical a lo largo del siglo XX. Incomprendido por los sectores musicales mas conservadores de la crítica vienesa de la época, Gustav Mahler fue consciente de que su música “no sería apreciada hasta cincuenta años después de su muerte” (algo que él afirmó en varias ocasiones). Y no le faltaba razón, pues aunque en su tiempo se le valorara excelentemente como director, su grandeza como compositor fue cuestionada por sistema y tras su muerte sus obras cayeron en el olvido en contraste con lo que sucede ahora cuando, justo cien años después de que nos dejara, Gustav Mahler es considerado como uno de los más grandes y originales compositores de la historia de la música.



Mahler es un todo absolut0

El afamado director Eliahu Inbal (Jerusalem, 1936) definió a Gustav Mahler como un “fenómeno espiritual cuya música es autobiográfica y constituye su propia vida”. También dijo Inbal que la música de Mahler “es como la Biblia ya que en ella se encuentran las esperanzas, las desilusiones, el idealismo, la religiosidad, las miserias y el todo”.

En verdad, no es descabellado afirmar que la música de Mahler es algo así como un todo, "un todo absoluto” sin cuya existencia seríamos absorbidos por la nada como presagio anticipativo del caos que supondría convivir con la ausencia de la música


Un genio musical para el cambio

La ruptura de Gustav Mahler con muchos de los esquemas sinfónicos propios del romanticismo hicieron de él un compositor para el cambio. Aun antes de que la Moderna Escuela de Viena (representada por Schoenberg, Berg y Webern) irrumpiera con rotundidad en el panorama musical de principios del siglo XX, es significativo resaltar que Mahler ya experimentó con unas armonías que resultaban hirientes y disonantes a los sensibles oídos de los críticos y aficionados de la época por anticipar la atonalidad y el dodecafonismo, unas formas en las que tal vez habría profundizado de vivir solo un decenio más.

Aunque como director sintiera una especial predilección por la ópera, como compositor Gustav Mahler se volcó de pleno en la forma sinfónica y en una serie de ciclos de lieder (canciones) que al ser incorporados (tanto los lieder como la voz humana) a sus sinfonías provocaron un nuevo punto de fricción por la ruptura que suponía con otro de los cánones clásicos sinfónicos vigentes.



Componer es “construir un mundo”

El propio Mahler advirtió que componer una sinfonía era como “construir un mundo con todos los medios posibles”, motivo por el cual, en sus trabajos, llama poderosamente la atención la manifiesta heterogeneidad que consigue al mezclar elementos de distinta procedencia (melodías populares, marchas, fanfarrias militares, músicas callejeras...) que se intercalan aportando una aparente trivialidad a unos pasajes solemnes y pletóricos de majestuosa trascendencia.

Mahler llegó a componer un total de diez sinfonías si bien la décima y última quedara inconclusa en el momento de su muerte. De entre ellas, las números 2, 3, 4 y 8 (esta última fue la única que le permitió saborear en vida las mieles del triunfo) incluyen la voz humana como continuación de una innovación iniciada Beethoven en el último movimiento de su Novena Sinfonía, y que fue seguida por otros compositores como Mendelssohn o Liszt hasta que Mahler la elevó a la categoría de sublime al conseguir cambiar por completo el esquema sinfónico hasta entonces al uso y abrir las puertas a un nuevo concepto de sinfonía.

A partir de su Quinta Sinfonía, la música de Mahler comenzó a teñirse de un halo trágico que fue progresando hasta alcanzar su cénit en la Sexta, la Novena y en La Canción de la Tierra (una sinfonía que, por superstición, Mahler nunca quiso numerar ni considerar como tal) todas ellas unas obras en las que la amargura y el infortunio alcanzan su más terrible expresión.


Meine Zeit wird kommen

Mahler era consciente de lo difícil que sería para sus contemporáneos asimilar y aceptar su música. Como compositor era un adelantado y él lo sabía cuando, sin soberbia ni petulancia, sentenció: “Meine Zeit wird kommen” (Mi época aún está por llegar).

Después de su muerte, la música de Mahler cayó poco a poco en el olvido hasta desaparecer del repertorio de las salas de conciertos, un fenómeno que se agravó durante el auge del nazismo cuando los orígenes judíos del compositor hicieron que el el III Reich considerara sus obras como ”música degenerada”. Hubo que esperar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial para que, muy lentamente, la música de Mahler saliera del forzoso olvido en que se había visto sumida, una labor que fue posible gracias, en principio, a la ayuda de Bruno Walter y Otto Klemperer (dos directores que en su juventud habían sido discípulos de Mahler) y ya en los años sesenta al trabajo de Leonard Bernstein y de Bernard Haitink. Los esfuerzos de todos ellos fue decisivo para que las sinfonías de Gustav Mahler se reincorporaran progresivamente al repertorio de las grandes formaciones orquestales tal y como ocurre en la actualidad.


Recuperación de la obra de Mahler tras dos guerras y un holocausto

En 1967, Leonard Bernstein retomó la profética frase del compositor (“Meine Zeit wird kommen”) que presagiaba su olvido y anunciaba su tardía rehabilitación y reconocimiento en un futuro que Mahler no llegaría a conocer. Llegado el momento, Bernstein consideró que el tiempo de Mahler ya había llegado después de dos guerras mundiales y un terrible holocausto y así lo proclamó erigiéndose mesiánico portavoz de la buena nueva.

Hoy en día, cuando se cumplen los primeros cien años de su muerte, Gustav Mahler (1860–1911) es uno de los compositores más interpretados, grabados y solicitadas por los profesionales y aficionados a la música de todo el orbe, cumpliéndose así el profético “Mi época aún está por llegar” de aquél director de orquesta que, en los albores del siglo XX, irritó a los conservadores centroeuropeos con su provocadora técnica compositiva y su heterodoxa concepción del esquema sinfónico como presagio anticipativo y punto de partida de las corrientes de vanguardia a las que precedió.



Filosofía, humanismo y religión en la música de Gustav Mahler

A Gustav Mahler le correspondió cabalgar entre dos grandes épocas y vivir una transición entre dos siglos que fue infinitamente mas impactante para la humanidad (en lo que a cambios sociales y modernización concierne) que la reciente entrada en el siglo XXI.

Mahler fue un artista que tuvo que crear sus obras bajo el permanentemente influjo de los ideales humanistas y los valores aportados por las ideas filosóficas y religiosas que imponían los cánones decimonónicos por un lado y los cambios que se presagiaban como una necesidad de transición hacia la modernidad por el otro.

Como compositor (en cierto modo también como director) Mahler fue un innovador y un provocador que irritó permanentemente a sus contemporáneos mas conservadores sin, al parecer, pretenderlo premeditadamente. Hemos aludido a la heterogeneidad de su música basada en la conjunción y confluencia de elementos distintos y dispares. A este respecto, Paul Stefan, autor de una de las primeras monografías sobre Gustav Mahler, dijo que “La música de Mahler empieza en la calle y termina en la infinidad…”. Es sublime, por poner tan solo un ejemplo, que Gustav Mahler fuera capaz de transformar una sencilla canción popular infantil (Frère Jacques) en una marcha fúnebre tan solo reescribiéndola en una tonalidad menor y enlenteciendo el tempo tal y como ocurre en el tercer movimiento de la Sinfonía Titán.




Mahler, Kafka y Freud

Todo lo que escuchó desde niño, toda la información que sus ávidos sentidos consiguieron captar del ambiente, fue incorporado por Gustav Mahler al lugar de su mente donde atesoraba cada una de sus experiencias y que años después utilizaría como fuente inspirativa.

Con el cambio de centuria Gustav Mahler fue testigo de excepción de la convulsión social, cultural y confesional que fue desmoronando los viejos esquemas a partir de un proceso ante el cual nunca fue ajeno ni se mostró insensible. Consciente de los cambios que acaecían ante él, participó activamente en los mismos a través de su innovadora forma de entender la música y a través de unas composiciones en las que plasmó sus fantasmas personales tales como la muerte y su preocupación por el destino de una humanidad en peligro de enajenación y deshumanización como consecuencia de las nuevas formas que insinuaba la incipiente industrialización.

En cierto modo, la preocupación de Mahler fue la misma que mas tarde plasmaría Franz Kafka en su línea de pensamiento y que Freud intentaría explicar desde la perspectiva psicoanalítica. Pero esa es una cuestión que va mas allá del recuerdo de Mahler que queremos evocar como conmemoración del primer centenario de su muerte, una cuestión que, en cualquier caso queda pendiente para ser abordada en su oportuno momento.


Alberto Soler Montagud



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